se dice sectarismo, no polarización
El 2 de diciembre de 2019, en plenaria del Senado de la República, Gustavo Petro respondió a los gritos de Carlos Felipe Mejía, quién le aseguraba al líder de la Colombia Humana que sobraba en el país, con la siguiente frase: “…entender que una nación se construye como un pacto nacional, como un pacto entre diversos, donde nadie sobra, donde todas y todos son importantes, es FUNDAMENTAL.” Si bien, el debate sobre si lo que predica Petro también lo aplica está abierto, aquí debo decir que dio en el clavo con su lectura de la crisis que vive la democracia en este cambio de década. En el mundo entero pululan nostálgicos de la guerra fría, de las dictaduras y de pasados mejores. El debate ha sido reemplazado por la injuria y la calumnia. Hoy, la esperanza en la democracia y sus valores está en entredicho. Colombia no es la excepción.
Los que habitamos este platanal llamado Colombia, estamos acostumbrados a escuchar la palabra polarización como descripción del estado de nuestra vida democrática. La docente y escritora Carolina Sanín, ha reiterado en más de un tweet que la polarización es buena, que es el motor de cambio y el resultado de la vida en sociedad. Sanín y sus cercanos no son los únicos en alentar esta idea, desde el extremo opuesto han hecho eco, a su manera, de esta propugnación de la confrontación ideológica. Pero luego tenemos que ir al campo de la realidad: en las calles, en los programas de debate, en las discusiones entre cercanos, nos damos cuenta de que, tal vez, la palabra que tanto usamos no es la que mejor describe lo que sucede. En Colombia no estamos en un país donde se aliente la diferencia y donde se inste a vivir en ella. Estamos, como en el resto del mundo, en un sectarismo donde asumimos que el que nos enfrenta es enemigo, el culpable, el que sobra. Vemos, cada uno desde nuestro campo, cómo se cavan trincheras cada vez más profundas. Aquellos en el medio, en la tierra de nadie, caen en el fuego cruzado por no encontrar acomodo en ninguna orilla. Desde algunos sectores que inflan el pecho por ser garantes de la diversidad, se ha erigido una verdadera máquina fascista, que busca homogeneizar el pensamiento, los valores y el comportamiento y que a cualquier voz no entonada responde: fascistas, machistas, explotadores. Desde la otra orilla tampoco han desaprovechado el papayaso. Tejiendo una verdad paralela llena de falacias y de mentiras para hacer creer a mayorías que allí encontrarán refugio, captando en la soledad y anonimidad del cubículo de voto el apoyo en las urnas de millones que ven cómo los sectores que antes los defendían hoy los satanizan por no firmar un cheque en blanco a las reivindicaciones y posiciones de determinada familia política, el sector más conservador trabaja. Parece mentira, pero lo invito a preguntarse cómo es posible que se perdieran unas elecciones contra un verdadero misógino y limitado mental como lo es Trump, contra un mentiroso antológico como Boris Johnson o contra verdaderos dinosaurios y quemados políticos como los que apoyaron a Duque. Se tiene que haber hecho un error garrafal de comunicación y estrategia para no derrotarlos de manera contundente.
La invitación es: querido/a conciudadano/a, si va a debatir, no asuma, escuche y de argumentos, evite el estereotipo. Estimado candidato/a a cargo político, no meta a todo el que no vota por usted en la misma caja, salga a convencerlo o por lo menos inténtelo. Incomprendido/a político/a, recuerde que usted hizo un pacto con la totalidad de la ciudadanía para sacar adelante un país, no con su ideario personal. Cierro con la frase de un hombre que espero, algún día, tome el cargo más importante del país, Alejandro Gaviria: “(…) la tolerancia y el respeto no son instintivas, no las tenemos como características de la especie: es una forma en la que nos domesticamos como seres humanos…Las universidades en el mundo también se están volviendo un poco hostiles ante algunas opiniones, y la libertad de expresión comienza a ser vista, sobre todo cuando toca aspectos sensibles, como un problema.”
Esteban Salazar - Estudiante de Derecho y Ciencia Política
Los que habitamos este platanal llamado Colombia, estamos acostumbrados a escuchar la palabra polarización como descripción del estado de nuestra vida democrática. La docente y escritora Carolina Sanín, ha reiterado en más de un tweet que la polarización es buena, que es el motor de cambio y el resultado de la vida en sociedad. Sanín y sus cercanos no son los únicos en alentar esta idea, desde el extremo opuesto han hecho eco, a su manera, de esta propugnación de la confrontación ideológica. Pero luego tenemos que ir al campo de la realidad: en las calles, en los programas de debate, en las discusiones entre cercanos, nos damos cuenta de que, tal vez, la palabra que tanto usamos no es la que mejor describe lo que sucede. En Colombia no estamos en un país donde se aliente la diferencia y donde se inste a vivir en ella. Estamos, como en el resto del mundo, en un sectarismo donde asumimos que el que nos enfrenta es enemigo, el culpable, el que sobra. Vemos, cada uno desde nuestro campo, cómo se cavan trincheras cada vez más profundas. Aquellos en el medio, en la tierra de nadie, caen en el fuego cruzado por no encontrar acomodo en ninguna orilla. Desde algunos sectores que inflan el pecho por ser garantes de la diversidad, se ha erigido una verdadera máquina fascista, que busca homogeneizar el pensamiento, los valores y el comportamiento y que a cualquier voz no entonada responde: fascistas, machistas, explotadores. Desde la otra orilla tampoco han desaprovechado el papayaso. Tejiendo una verdad paralela llena de falacias y de mentiras para hacer creer a mayorías que allí encontrarán refugio, captando en la soledad y anonimidad del cubículo de voto el apoyo en las urnas de millones que ven cómo los sectores que antes los defendían hoy los satanizan por no firmar un cheque en blanco a las reivindicaciones y posiciones de determinada familia política, el sector más conservador trabaja. Parece mentira, pero lo invito a preguntarse cómo es posible que se perdieran unas elecciones contra un verdadero misógino y limitado mental como lo es Trump, contra un mentiroso antológico como Boris Johnson o contra verdaderos dinosaurios y quemados políticos como los que apoyaron a Duque. Se tiene que haber hecho un error garrafal de comunicación y estrategia para no derrotarlos de manera contundente.
La invitación es: querido/a conciudadano/a, si va a debatir, no asuma, escuche y de argumentos, evite el estereotipo. Estimado candidato/a a cargo político, no meta a todo el que no vota por usted en la misma caja, salga a convencerlo o por lo menos inténtelo. Incomprendido/a político/a, recuerde que usted hizo un pacto con la totalidad de la ciudadanía para sacar adelante un país, no con su ideario personal. Cierro con la frase de un hombre que espero, algún día, tome el cargo más importante del país, Alejandro Gaviria: “(…) la tolerancia y el respeto no son instintivas, no las tenemos como características de la especie: es una forma en la que nos domesticamos como seres humanos…Las universidades en el mundo también se están volviendo un poco hostiles ante algunas opiniones, y la libertad de expresión comienza a ser vista, sobre todo cuando toca aspectos sensibles, como un problema.”
Esteban Salazar - Estudiante de Derecho y Ciencia Política