tiempos de cambio
Nadie sabe, a ciencia cierta, qué va a pasar. Lo que está claro, es que el COVID-19 tiene la capacidad de cambiar dramáticamente el orden social, corporativo y político.
La cuarentena nos ha obligado a volver a lo básico: cocinar, leer, dibujar, aprender. También nos ha mostrado una vez más la inmensa capacidad que tenemos como seres humanos para construir comunidades, así sean virtuales. Espero que la solidaridad que ha surgido se mantenga una vez pase la crisis. Por otra parte, las cuarentenas han revelado dónde estamos en términos de educación en línea: las respuestas de las instituciones educativas han mostrado lo fácil que sería que millones de personas alrededor del mundo tuvieran acceso a la educación. Por esta razón, ahora más que nunca, el acceso universal y gratuito a internet se hace necesario.
Lo que me lleva a mi segundo punto: los cambios corporativos. Es como si el virus hubiera creado las condiciones necesarias para llevar a cabo un gigantesco experimento social en el que las compañías tienen la posibilidad de reinventar su plan de negocios. Por un lado, las nuevas tecnologías permiten a muchas personas trabajar desde sus hogares. Si las firmas descubren que sus empleados pueden ser igual o más eficaces trabajando desde sus casas, podrían empezar a reducir sus costos operativos y sus emisiones de CO2 al necesitar menos espacios físicos de oficina y menos viajes corporativos. Por otro lado, el virus y la incertidumbre que lo ha acompañado han hecho que muchas empresas cuestionen sus cadenas de producción, que en los últimos cuarenta años se han vuelto más globales y complejas. A medida que las interrupciones creadas alrededor del mundo por el COVID-19 colocan a las compañías en posiciones extremadamente vulnerables, la balanza del costo- beneficio de los modos de producción ha empezado a inclinarse a favor de una cadena de producción más sencilla. Esto podría llevarnos a una situación en la que las compañías tendrían que escoger entre cadenas de producción más locales, confiables y menos contaminantes a las cadenas actuales.
Finalmente, según un estudio publicado por el Imperial College London, si el virus se difundiera sin ninguna medida de prevención, causaría alrededor de 2.2 millones de muertes en Estados Unidos y 500,000 en el Reino Unido antes de septiembre de este año. Estos números dejan a los gobiernos con dos opciones. La primera, es mitigar la proliferación de la pandemia con acciones tales como la distancia social y la promoción de hábitos de limpieza individual, lo que en el mejor de los casos, dividiría las muertes estimadas en dos, según el modelo. La segunda, es suprimir el virus poniendo en cuarentena a la población. Esto último es por lo que muchos gobiernos han optado, llevándolos a tomar medidas de control sobre sus poblaciones que hubieran sido inimaginables hasta hace unas semanas. Las consecuencias de esta medida empezaron a verse casi inmediatamente en la economía y hay quienes creen que el virus podría causar la peor crisis económica desde 1929. Este es el perfecto ejemplo de cómo la cura puede ser peor que la enfermedad ya que una depresión económica de esta envergadura podría llegar a tener peores consecuencias sociales que el virus.
El mundo entero tiene miedo porque, para la mayoría, el futuro nunca se había sentido tan incierto. El pánico se contagia más que la pandemia. El COVID-19 nos está dando la oportunidad de experimentar con la manera en la que hacemos las cosas y de cuestionar cómo las hemos hecho hasta ahora. Puede ser el momento de redefinir, corregir y mejorar nuestra sociedad y los sistemas que la sostienen para llegar a un verdadero equilibrio. La pregunta está abierta: ¿cuál es la manera correcta?
Lorenza Martínez Salazar - Estudiante de Economía y Gobierno
La cuarentena nos ha obligado a volver a lo básico: cocinar, leer, dibujar, aprender. También nos ha mostrado una vez más la inmensa capacidad que tenemos como seres humanos para construir comunidades, así sean virtuales. Espero que la solidaridad que ha surgido se mantenga una vez pase la crisis. Por otra parte, las cuarentenas han revelado dónde estamos en términos de educación en línea: las respuestas de las instituciones educativas han mostrado lo fácil que sería que millones de personas alrededor del mundo tuvieran acceso a la educación. Por esta razón, ahora más que nunca, el acceso universal y gratuito a internet se hace necesario.
Lo que me lleva a mi segundo punto: los cambios corporativos. Es como si el virus hubiera creado las condiciones necesarias para llevar a cabo un gigantesco experimento social en el que las compañías tienen la posibilidad de reinventar su plan de negocios. Por un lado, las nuevas tecnologías permiten a muchas personas trabajar desde sus hogares. Si las firmas descubren que sus empleados pueden ser igual o más eficaces trabajando desde sus casas, podrían empezar a reducir sus costos operativos y sus emisiones de CO2 al necesitar menos espacios físicos de oficina y menos viajes corporativos. Por otro lado, el virus y la incertidumbre que lo ha acompañado han hecho que muchas empresas cuestionen sus cadenas de producción, que en los últimos cuarenta años se han vuelto más globales y complejas. A medida que las interrupciones creadas alrededor del mundo por el COVID-19 colocan a las compañías en posiciones extremadamente vulnerables, la balanza del costo- beneficio de los modos de producción ha empezado a inclinarse a favor de una cadena de producción más sencilla. Esto podría llevarnos a una situación en la que las compañías tendrían que escoger entre cadenas de producción más locales, confiables y menos contaminantes a las cadenas actuales.
Finalmente, según un estudio publicado por el Imperial College London, si el virus se difundiera sin ninguna medida de prevención, causaría alrededor de 2.2 millones de muertes en Estados Unidos y 500,000 en el Reino Unido antes de septiembre de este año. Estos números dejan a los gobiernos con dos opciones. La primera, es mitigar la proliferación de la pandemia con acciones tales como la distancia social y la promoción de hábitos de limpieza individual, lo que en el mejor de los casos, dividiría las muertes estimadas en dos, según el modelo. La segunda, es suprimir el virus poniendo en cuarentena a la población. Esto último es por lo que muchos gobiernos han optado, llevándolos a tomar medidas de control sobre sus poblaciones que hubieran sido inimaginables hasta hace unas semanas. Las consecuencias de esta medida empezaron a verse casi inmediatamente en la economía y hay quienes creen que el virus podría causar la peor crisis económica desde 1929. Este es el perfecto ejemplo de cómo la cura puede ser peor que la enfermedad ya que una depresión económica de esta envergadura podría llegar a tener peores consecuencias sociales que el virus.
El mundo entero tiene miedo porque, para la mayoría, el futuro nunca se había sentido tan incierto. El pánico se contagia más que la pandemia. El COVID-19 nos está dando la oportunidad de experimentar con la manera en la que hacemos las cosas y de cuestionar cómo las hemos hecho hasta ahora. Puede ser el momento de redefinir, corregir y mejorar nuestra sociedad y los sistemas que la sostienen para llegar a un verdadero equilibrio. La pregunta está abierta: ¿cuál es la manera correcta?
Lorenza Martínez Salazar - Estudiante de Economía y Gobierno